miércoles, 10 de marzo de 2010

La noche de los tiempos


Hay que ver. No podemos apresurarnos todavía, pero lo cierto, lo que se puede adelantar, es que al llegar veremos todo, todo sin el desorden, las camas tendidas, los pisos barridos, las ventanas brillantes para poder asomarnos y observar el sol de cada mañana, que todavía esta ahí, no se movió, intacto, vigilándonos. Y levito, ¡Por fin levito! Esa fuerza invisible que me eleva mientras mi coronilla se despega de mi cráneo y logro sentir como esos fotones salen a velocidades astronómicas hacia arriba, en donde se encuentran con los demás, que también, cada uno a su modo, llevaron hasta allí su pensamiento, y se funden como quien amasa para una torta de cumpleaños, el pastel más dulce que hayas probado en tu vida. Todo con una delicia que hace saltar tus lágrimas, ¿Qué era el dolor? No lo recuerdo... ya no siento mis piernas, apenas recuerdo en que posición estaban, pero yo ya no estoy más ahí, me dirijo nuevamente a la fuente, para bañarme en esas aguas, como las otras veces, beber un poco, tamizar los recuerdos y volver, ¡Pasé de grado mamá!

Esta vez seré argentino, sé que desde ahí se ve diferente, y es que con el cielo nublado pueden aparecer lluvias, tal vez tormentas, pero que lavan la ciudad, y le dejan ese aroma tan particular, oh dulce aroma a tierra mojada...cómo me gusta pasar por un parque en la mañana, cuando cortan el pasto, ese pasto tan verde como los ojos que me miran, ya no son verdes, van cambiando como un caleidoscopio lunar mientras todo comienza a girar otra vez y me encuentro llorando en las manos del doctor, que me separa del lazo que me une a mi madre, y me alza a la luz para poder observar mis ojos cerrados y mis puños de una pulgada. Más lunas y veo de cerca el camino del parque, con la nariz rota y mis glóbulos rojos cubriendo mi rostro. Las tortugas ninjas velan por mí esta noche, la noche de los tiempos que me transportan a mi antigua ciudad con sus pagodas que supieron ser mi hogar. Allí el Abad nos diciplinó con una rutina extraña, pero liberadora. Gracias, gracias por dejarme ese legado que no llego a recordar de manera precisa, pero que en algún espacio está, y aquí flota para aparecer con imágenes que trae esa música tradicional, que me trae también esos mensajes confusos como en una adivinanza que debo averiguar...¿Qué es Japón? Yo sé que alguien tiene la respuesta, aunque sospecho que esa persona no la sabe, lo cual lo hace más confuso aún. Quizás me llegue por otro lado, quizás sea otro ser, o algún lugar. La naturaleza debería decirme lo que en cierta forma ya sé, pero que tras mi último llamado me dejó dudas al tener ese sentimiento nuevamente, ¿Cómo describir un sentimiento? En teoría no es bueno, pero no puedo decir que sea malo, uno no siempre llora por tristeza o alegría, son los fines de los ciclos, pero es necesario para continuar.

Sólo espero que más lo logren, que abran los oídos porque se escucha, despertás en un recital súbitamente y ya la multitud te está llevando, pero atravesás la pared y caes en un pelotero 12 años atrás. Las risas histéricas te transportan a una caída que pareciera ser eterna, pero dura sólo unos instantes para llegar a la mesa de un bar, en donde ves a través de ojos que no son tuyos un vaso grande de cerveza negra, mientras el vapor de alcohol se va haciendo más y más espeso. Atravesando la niebla puede verse el bosque que te espera, que te llama, te llama por tu nombre. Ya en el claro puede escucharse esa dulce flauta que te hace flotar, las notas pueden verse, esas luces extrañas, y sigue su melodía que se mezcla con ese verde brillante que empalaga, la brisa suave y nada. Una luz. Es roja, rojo escarlata. Comienza a materializarse justo frente a tus ojos: es quien te guía. Finalmente se muestra en esa mezcla de materia y antimateria. No es el camino, son los pasos, y no son los pasos, es sólo el siguiente el que importa. Lo tatúa en mi frente, como un código de barras. Desde la séptima vértebra siento el tirón hacia atrás, me pide que regrese, agarro velocidad y vuelo. Los ríos, mares y bosques, una misma cosa. No hay tiempo para que mi vista separe los biomas. No hay tiempo.

Y mis ojos que se abren tras una bocanada eterna. Pronto se acercan y me asisten, el impulso de quien sueña que se cae. Me arreglan y sigo, sigo con el paso que tengo por delante, el más importante. Y a medida que camino me acostumbro y puedo correr y saltar, puedo bailar si quisiera y sentir el viento que me ayuda a levantar vuelo, a desplegar mis alas. Soy un pájaro.

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