viernes, 7 de mayo de 2010
¿Y dónde está el piloto?
El murmullo de las olas me despierta. Una tras otra, van rompiendo contra el casco, que se va llenando cada vez más de sal.
Se hace de noche y salgo a ver el panorama. Oscuridad. Llegan a divisarse algunas estrellas en la espesidad de las nubes. Camino por la... la... la puta madre, no me acuerdo como se llama. Ah si! la cubierta principal, con destino a popa. Las estelas que se forman me abstraen del mundo real, hipnotizándome.
¿Cuántas horas estuve? Sirio ya me ve desde el otro lado, recordándome sus recuerdos. El cielo se ha despejado, se ha desgarabintantingulizado. ¿Quién lo desengarabintantingulizará? Yo lo haría, pero etcétera.
De pronto, una luz se enciende en el puente del barco. Gritos, ruidos de madera, olor a hierro. No hay que ser Einstein para darse cuenta que algo no andaba bien. Un naipe viene y me dice: -Están discutiendo. Rápidamente subo las escalerillas cuyos peldaños a medida de los pigmeos me hacen respetar un inexistente cartel de Máxima 50 cm/h y llego al puente de mando. Efectivamente, allí estaban discutiendo el cerebro con el corazón. Hablaban en lenguas extrañas, más que lenguas eran orejas. Un silbido agudo los vuelve a la realidad.
El timonel del barco, Juan Carlos Cerebro, venía siguiendo el rumbo 3-0-5, necesario para salir de la isla, pero el mal de Minkowski lo estaba afectando seriamente. Veía cosas que no estaban allí, oía cosas de otros mundos, olía recuerdos de cientos de años atrás. Y explotó. Los cacho de sesos esparcidos por toda la timonera; el visor del girocompás manchado con el líquido cerebral que no dejaba ver el rumbo. El escabroso mar que no dejaba de azotar este barco sin chofer, como un corcho en una bañadera azul.
Fundido a blanco. Una lapicera contra un papel, un papel inmerso en un cuaderno, un cuaderno sobre un morral, el morral sobre mis piernas apoyadas sobre un banco de la plaza Mitre de San Fernando. Tilt up subjetiva y el Bingo King que me mira. Fade out.
El ruido blanco que nos aturde a todos. Las manos sobre nuestros oídos, tapándolos para que el sonido no penetre en el barco. Calma. El timón que no para de dar vueltas, como un reloj en la vida de una mariposa. Ildefonso Corazón no duda. Como Capitán del barco decide hacerse cargo del timón y llevar adelante la embarcación, que busca un nuevo rumbo, junto a Pumba.
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