martes, 8 de mayo de 2012

Neo fuego


Sentir como la luz se va apagando, la llama consumida se pierde entre los maderos de un árbol roído por el tiempo. La caída seca, lenta, talado por los tobillos. El cuerpo recto, la cabeza-delay manteniendo su verticalidad, la gravedad haciendo su trabajo. Vacío. El polvo y los pájaros se elevan y huyen del pozo, tal vez siempre fue eso, tal vez siempre fue evasión. La madera se gasta, combustible terminal que alcanza para arder en un sistema obsoleto de quienes se integran al ruido o las nueces del alma. Una línea de la copa a las nubes, halo o hilo dorado del que pende y se tambalea, titiritescos movimientos pendulares al designio de algo que está por encima de él. Se estrella contra el pavimento, derrumba paredes, rompe ladrillos con la cabeza, cascos vikingos llegan a él fortificando la muralla construida a su alrededor, infranqueable, meditada. Retorciéndose como el viento llega al fin de su tiempo, y retrocede en sinoidal caída hasta el pozo negativo de la función. El ciclo se renueva, sale disparado en cenital movimiento y se va por la tangente, astronauta cósmico acelerando constantemente, llega al cinturón de asteroides y sigue, firme, con un hacha en la mano, rasgando sus vestiduras y alimentando el nuevo fuego universal.

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